Por: Ricardo Israel - 30/04/2023
¿Se habrá curado Chile del octubrismo?
El 18 de octubre de 2019 una inesperada violencia sacudió a Chile. Su nivel fue tal que el gobierno fue impotente para contenerla, Carabineros, la policía nacional, fue sobrepasada, y todo indica que las Fuerzas Armadas no quisieron intervenir, probablemente, porque el gobierno no quiso modificar la legislación, y sin eso seguramente esa intervención hubiese terminado en el procesamiento por la justicia de los militares.
Las calles fueron ocupadas por el octubrismo, una alianza de hecho entre ultras, anarquistas, barras bravas del futbol, lumpen y soldados del narcotráfico, en lugares y poblaciones por ellos ocupadas. También fuerte fue la presencia de estos últimos en los ataques a los recintos policiales.
Para Chile fue un antes y un después. Para todos los efectos prácticos el gobierno se sumergió en la irrelevancia, el protagonismo del centro político desapareció y adquirieron mayor importancia aquellos que en la izquierda y la derecha reclamaban las herencias de Allende y de Pinochet, respectivamente. En vez del consenso que la centro izquierda y la centro derecha buscaron durante 3 décadas, la siguiente elección presidencial fue ganada por Gabriel Boric, el presidente más joven y votado de la historia de Chile, con la promesa del cambio total. Chile se había convencido de la falsedad que en esos 30 años nada bueno se había sido hecho.
Lo que se inició en octubre del 2019 recibió el nombre de” octubrismo”, en el sentido del intento de transformación profunda del país, y junto a la aceptación de la violencia, el país corrió las fronteras de lo posible y lo aceptable. Fue duro para aquellos chilenos que pensaban que las instituciones eran fuertes y que ellas funcionaban. Fue un equivalente a aquellos que en generaciones anteriores pensaron equivocadamente que en Chile no había golpes de Estado, tributarios entonces como ahora, de esa idea que le ha hecho profundo daño al país, la de una supuesta excepcionalidad con relación al resto de América Latina.
En lo personal debo reconocer con toda humildad que no conocía a mi país tan bien como pensaba. No esperaba ese nivel de violencia y de destrucción, como tampoco la masiva aceptación de la violencia, la “partera de la historia” para algunos, y desde entonces, parte tolerable del paisaje cotidiano para muchos. Llamó mi atención que gente que conocía, valoraba y quería no tenía palabras de condena para los violentistas y muchas para Carabineros, que casi en forma solitaria intentaba controlar el orden público, con los excesos que acarrea el hecho de enfrentar a turbas organizadas, sin el armamento y apoyo adecuados por parte de autoridades y del mundo político, sean policías en Chile o en USA.
Aquí se incluían amigos y cercanos de toda la vida, también WhatsApp. Produjo en mi un cambio. Como los apreciaba mucho, a estas alturas de mi vida preferí salvaguardar esa relación por sobre la corrección del argumento, lo que pasaba por primera vez en mi vida ya que ni siquiera ocurrió durante la dictadura de Pinochet, tanto que a aquellos que de antemano sabía que les iba a molestar mi opinión critica, no les envié aquellos escritos míos que podían molestarlos, a pesar de que no hubo reciprocidad por parte de algunos que seguían aplaudiendo. Debo agregar que estoy feliz de haber logrado la supervivencia de lo que más valoro en esta etapa de mi vida, relaciones de amistad y familiares, que ojalá se mantengan hasta el distante final.
Después de octubre todo cambio. El gobierno se dedicó solo a sobrevivir y el presidente Pinera no hizo uso de todas sus facultades legales, y aparentemente solo quiso evitar denuncias judiciales e internacionales de violación de derechos humanos, en un país muy sensibilizado al respecto después de más de 3.000 víctimas, muertos y desaparecidos entre 1973 y 1990.
Pinera fue la mejor expresión de la llamada derecha cobarde y ofreció algo que no le estaba siendo solicitado, una nueva constitución. No fue el único, la hoy desaparecida ex concertación no defendió su mejor creación, el Chile de los grandes acuerdos, el Chile en democracia posterior a la dictadura, y que entregó índices de reducción de la pobreza, de desarrollo económico y progreso social, internacionalmente reconocidos como los mejores de la historia de Chile.
Por su parte, la izquierda del sistema aplaudió lo que estaba ocurriendo y para la izquierda radical fue un periodo de aceleración, donde vergonzosamente la primera línea de la violencia fue recibida con honores en el edificio del viejo Congreso de la República, y la prensa, sobre todo, la TV, aplaudía y resaltaba la violencia que alumbraba al nuevo Chile. Imagino que esos periodistas, comunicadores, actores y actrices hacían uso de la libertad de expresión de la democracia, pero la mayor responsabilidad no recae en esos rostros sino en quienes lo permitieron, empresas que tienen directorios y propietarios, incluyendo empresas televisivas de propiedad de dos de las familias más ricas de Chile, que aplaudían la destrucción de las fuentes de trabajo de muchos chilenos modestos, así como de la propiedad de pequeños empresarios. Su responsabilidad era y sigue siendo enorme.
Sin exagerar, fue un periodo donde estuvo en peligro la propia democracia, y no solo el sistema económico y social. En algún momento, el propio gobierno flaqueó y hubo días en que la violencia callejera pudo haber llegado a la toma de La Moneda, la sede del gobierno, en repetición de lo que ocurrió en Sri Lanka y otros países. Probablemente fueron días, donde solo Carabineros y sus excesos lo impidió, quizás parte de su aporte al salvataje de la democracia y de una deuda, ya que la estructura nacional y militarizada de Carabineros fue parte de la dictadura y tuvo su cuota de violación de derechos humanos entonces.
La verdad es que la historia pudo haberse repetido en Chile, en la forma del derribo de un gobierno no querido por la mayoría, donde a pesar de un origen impecable desde las diferentes reglas democráticas, su caída pudo haber arrastrado la destrucción del sistema democrático. Ocurrió con Allende.
De todas maneras, el cambio de Chile pudo haber ocurrido si el plebiscito convocado al efecto hubiese aprobado la propuesta de una nueva constitución, toda vez que la mayoría de los constituyentes electos propuso la más radical transformación del Chile construido desde 1810, con una modificación total del Estado, la sociedad y la economía del país.
El logro de ese plebiscito fue salvar al Chile conocido, y ese triunfo no fue obra de los partidos políticos, sino de chilenos comunes y corrientes. Resistieron una inmensa oferta de “derechos” garantizados y no financiados que han hundido y desilusionado a muchos países de la región. En Chile, un sorprendente 62% de votación obligatoria mantuvo al Chile que todos reconocíamos, y los resultados más vistosos tuvieron lugar en distritos y territorios de mayoría originaria (salvo en Isla de Pascua), donde en varios lugares de predominio y/o fuerte presencia mapuche y de otras etnias, el rechazo sobrepaso al 80%.
Chile ha sido una verdadera lotería electoral desde el 2019, incluyendo la aparición y derrota del octubrismo, ya que distintas elecciones han producido resultados diferentes. Una vez más, todo volvió a cambiar desde ese plebiscito del 4 de septiembre, toda vez que la reforma constitucional que hizo la convocatoria a ese proceso constitucional establecía que, si era derrotada la propuesta de nueva constitución, se mantenía la legislación y constitución vigente.
Sin embargo, en vez de escuchar un resultado tan contundente como el 62%, los partidos políticos llegaron a un acuerdo para un nuevo proceso constitucional, uno muy curioso, toda vez que la ley y constitución vigentes señalaban que como es habitual en muchas democracias, la responsabilidad entonces y ahora recaía en su totalidad en el Congreso, además uno recién electo el 2021 junto con el actual presidente Boric, solo que las mayorías, en la Cámara de Diputados y Senado son de signo distinto, opositores a su mandato.
Pero, mayorías políticas que incluían a la derecha, la ex concertación y el Frente Amplio de Boric dieron origen a una curiosa entelequia, ya que, en vez de asumir su responsabilidad en el Congreso, esas fuerzas se pusieron de acuerdo en elegir el 7 de mayo a 50 constituyentes muy parecidos a ellos, electos solo en listas partidistas, pero que van a estar muy controlados y no van a tener real poder.
En otras palabras, los constituyentes de la fracasada Convención los traumatizaron de tal forma, que se pusieron de acuerdo en designar a dos Comités, uno de supuestos “expertos” que en la práctica le va a entregar una propuesta ya redactada a los constituyentes electos. A ellos se agrega otra comisión designada, que va a tener el poder contralor de vetar propuestas de los constituyentes que se alejen del acuerdo político de los partidos.
¿Qué pasa si algo o todo sale mal de este diseño de la partidocracia?. Recordemos que la partidocracia es una desviación del ideal democrático, conocida desde la antigüedad romana, donde hoy refiere a dirigencias partidistas que reemplazan al verdadero soberano, cual lo es la mayoría que vota y la institucionalidad republicana.
La derecha que ha respaldado fuertemente esta idea está convencida que
definitivamente va a poder imponerse a la arraigada idea de que la actual es la “constitución de Pinochet”, por su origen en dictadura, cuando en realidad lleva la firma del presidente Lagos y sus ministros, y al haber sido la más modificada en la historia, tiene ahora un contenido impecablemente democrático.
Si el nuevo plebiscito aprueba la nueva propuesta, llevaría ahora la firma del presidente Boric. Pero, otra vez vuelvo a preguntar, ¿qué pasa si algo sale mal?
Esta partidocracia podría estar equivocada y podría darle nuevas alas al octubrismo en vez de enterrarlo. Y no es lo único que importa, ya que Chile ha nuevamente cambiado. El gobierno de Boric ha presentado tal nivel de incompetencia, que su mayoría se ha derrumbado y ha ido de crisis en crisis. También hay crisis de expectativas, una deteriorada situación económica y las relaciones internacionales del país se ven muy desmejoradas.
Por su parte, tal como ha ocurrido en otros países, la violencia se ha hecho incontenible, sobre todo, la delincuencia, por lo que el odio a Carabineros se ha transformado en un apoyo del 79%, según las encuestas.
El problema de este diseño de la partidocracia es que hoy existe escaso interés por el cambio constitucional, y el anhelo de las mayorías parece ahora recaer en seguridad, orden y estabilidad, por lo que el nuevo proceso constitucional puede conspirar en vez de contribuir a este deseo, y a diferencia del proceso derrotado, esta vez las huellas de los partidos políticos están presentes por todas partes. Es decir, en este Chile que volvió a cambiar y que hoy prefiere la estabilidad y el progreso personal, estos partidos y el sistema pueden ser culpados si algo sale mal y sigue profundizándose la sensación de crisis y desamparo.
Por eso no estoy seguro del fin del octubrismo, y pienso que puede reaparecer si algo sale mal y la crisis pasa a ser la principal preocupación de los chilenos. Por lo menos, en redes sociales parece estar vivo el llamado a un nuevo estallido de violencia y sigue vigente la crítica al empresariado y al “neoliberalismo”, agregándose esta vez la desilusión con el gobierno de Boric.
Quizás, en definitiva, en relación con promesas y expectativas, tan peligroso como intentar cambiarlo todo es que después (casi) nada cambie, ya que es ignorar el poder del cambio brusco como los ha tenido Chile, incluyendo los cambios de humor del electorado y cuan frágil es la memoria para estos efectos.
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