Votar y botar

Luis Beltrán Guerra G.

Por: Luis Beltrán Guerra G. - 28/04/2025


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En la disciplina que investiga el origen, la evolución y la estructura del lenguaje, se hace referencia a “las palabras homófonas”, a las cuales se define como “aquellas que tienen igual sonido, pero distinta significación”, cómo es el caso de “votar y botar”. No sabemos, sin embargo, si los expertos han ideado o lo harán una categorización de tales palabras, tomando en cuenta la utilización de ellas, pues no es igual “votar”, por ejemplo, para la Presidencia de los Estados Unidos, que “botar” la basura de la cocina.

El voto, como se escucha, ha sido objeto de analisis serios, pero, también, de disquisiciones, divagaciones y palabrerías. Se lee que la humanidad es la raza humana, esto es, los habitantes de la tierra, cuyas cualidades como las de amar, tener compasión y ser creativos nos hacen “personas”. Lo contrario, pues, a los cósmicos. Y por cuanto la presunción, para algunos “iure et de iure” y no en lo atinente a otros, de que “la creación es obra de Dios”, para la teología “el voto es un culto a la adoración”. Su finalidad es glorificar al Señor, por lo que se le admite en todas las religiones, concibiéndole como la ruta para relacionarse con él. Supone un compromiso, pues lo que se ofrece a Dios mediante el voto pasa a ser propiedad suya, quedando claro de que la responsabilidad del sufragante se incrementa en caso de desconocimiento. Una pregunta para el lector pareciera pertinente: ¿Sucederá lo mismo con respecto al régimen del sufragio en la arena política? Quien escribe respondería negativamente.

En la tarea, por cierto, más engorrosa que fácil de jurungar (un poco más que hurgar) y por cuanto el analisis del voto es un tema, no únicamente, religioso, sino, también, de filosofia, la suerte acompaña y conduce a las páginas de destacados maestros. Jonathan Wolff, de Oxford, se pregunta ¿Quién debería gobernar?, asumiendo, lógicamente, de que el sufragio desempeña un papel definitivo en lo que a la contestación se refiere. El filósofo nos recuerda como en una especie de diagnóstico que “El pueblo ingles se piensa libre, se equivoca mucho, solo lo es durante la elección de los miembros del Parlamento, en cuanto han sido elegidos, es esclavo, no es nada. En los breves momentos de su libertad, el uso que hace de ella bien merece que la pierda”. Hace Wolff referencia al Capítulo 15 del Contrato Social de Rousseau, Libro III, p. 266). Una pregunta, en principio, pertinente, pareciera pasar por responder si lo que les ocurre a los ingleses guarda relación con los sufragantes de otras latitudes, en las cuales se vota por “el bien común”, esto es, lo que es bueno o beneficioso para todos los integrantes de una sociedad, cuya materialización deviene, en esencia, en la razón de ser de la democracia.

A favor de la apreciación pareciera como lógico aseverar que “sin votaciones los gobernantes serian incapaces de saber qué es lo que la gente quiere”. Y que de aceptarse, como antes anotado, que es “el bien común”, tomemos en cuenta que este, en el contexto real, pareciera haberse convertido en “una servilleta usada y ya en el suelo. Y como se lee, que para algunos cuantos y bastantes mayor vigencia pareciera tener lo que es antitético, o sea, “el mal común”, alimentado por la injusticia, tanto, estructural, como, institucional, que posibilitan una vida humana miserable, circunstancias aprovechadas por “aparentes mecenas”, quienes proponen todo lo bueno. ¿El resultado electoral? con votaciones masivas, pero a favor del “presunto benefactor”. Por supuesto, a las urnas electorales en muchas ocasiones se les llena también con cifras, más que con votos, dada la idoneidad de la autoridad electoral. Supuesto más que frecuente, con la resultante para la persona de sufragar o no, opuesta a la máxima de que “renunciar al sufragio no deja de ser un grave error”. Los argumentos: 1. Debemos votar porque los procesos democráticos valen por sí mismos, no por sus resultados, 2. Votar es ratificar nuestra confianza en la democracia, 3. Abstenerse es dar sustento a la idea de que la oposición es antidemocrática, 4. En la democracia la regla pasa porque el poder se gana en las urnas, 5. Salgamos a votar, no para ganar, sino porque somos demócratas y 6. Con la democracia hay que estar en las buenas y en las malas, no solo cuando los resultados nos favorecen. Finalmente, no pareciera un desparpajo afirmar que la abstención a “votar” es “botar la basura”.

En 1951 se publicó en Caracas “En Defensa del Voto Popular”, del ilustre venezolano, político, constitucionalista, tribuno y líder demócrata, Jovito Villalba, calificado con absoluta seriedad como “un paladín de la democracia”. En sus paginas “el gran maestro” explica las ventajas de las elecciones mediante el voto popular para una Asamblea Constituyente, camino para adelantar las principales conquistas del movimiento popular de Venezuela que se iniciara en 1936. Alli Villalba es contundente en la definición del sufragio: “Es indudable que la elección para una constituyente tiene y debe tener, como ha sido siempre el caso de la historia política de las naciones modernas, “un carácter plebiscitario, universal, de aclamación, de expresión elemental y primaria de la voluntad de todo el pueblo”, que va indisolublemente ligado, en la logica de la doctrina constitucional, como en la dialéctica de la experiencia histórica, a la naturaleza extraordinaria de la función constituyente. La constitución, deja sentado el sabio maestro, solo podrá asegurar sólidamente la paz y la libertad democrática de Venezuela, si ella nace del acuerdo efectivo y sincero de todos los venezolanos, al amparo de una ley y una política electoral de contenido nacional y no partidista, oficialista, ni oligárquica”. Villalba distingue el voto para la constituyente, el cual califica como “electoral, eleccionario, refrendario”, de aquel para ejecutar los preceptos de la Carta Magna que de ella surjan, a través, principalmente, de “las leyes” y sus derivados. Dos tipologías de sufragios distingue acertadamente “el Maestro”, como amigablemente, también, se le conocía.

El Dr. Villalba tuvo la suerte de haber vivido la época de oro de nuestra democracia, en cuya edificación mucho aportó. Una clase magistral, como las que dictaba, nos hubiese aclarado con más sensatez la diferencia entre “votar y botar”. Indicándonos, ademas, cuales instituciones propenden a alcanzar el “bien común”.

Nos hubiese explicado, asimismo, que “una democracia es gobernable cuando quienes la dirigen adelantan providencias aceptables por la ciudadanía y que un régimen es democratico si quienes pierden en el ejercicio del juego democratico lo aceptan y prosiguen participando y apoyándole.

Uno de los dilemas de la democracia “es no votar”, cuando hacerlo es pertinente en todos los casos. En esas negativa se acuña la diferencia entre “Votar y Botar”.

Comentarios, bienvenidos.

@LuisBGuerra


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