Por: Luis Gonzales Posada - 30/06/2025
Este año asistí en Rabat al foro 2025 de la Academia Real de Marruecos, prestigiada institución dirigida por el Secretario Perpetuo, Abdeljalil Lahjomri, de la cual soy miembro de honor desde el 2023.
La Academia, fundada en 1977 por el rey Hassan II, tiene como objetivo contribuir a la paz y a fomentar la investigación científica, particularmente en los campos de las ciencias, la cultura y las artes.
En esa ocasión, los asistentes al evento comentaron sobre el sangriento conflicto entre Israel y Palestina, los abominables asesinatos perpetrados por el grupo terrorista Hamas y la respuesta israelí que, en conjunto, han provocado más de 54 mil muertos.
Pero, la mayor aflicción se centraba en la brutal invasión de Rusia a Ucrania, para apoderarse de Crimea, Donetsk, Lugansk, Jerson y Zaporiyia, controlando, a la fecha, 112 mil kilómetros de territorio ucraniano.
En ese desgraciado contexto, sostuve que esas confrontaciones desviaban importantes recursos en compras militares.
Dije, en tal sentido, que el gasto mundial en armas se ha incrementado a 2.44 billones de euros y todo indica que esa cifra aumentará sustantivamente, como advierte la presidenta del Consejo de Europa, Ursula Vonder Layen, al anunciar que en la próxima década los europeos invertirán 800 mil millones de euros en material bélico, un gasto gigantesco, irracional, tremebundo, cuando existen enormes carencias en la humanidad.
Entre otras, que dos mil millones de personas no tengan acceso al agua potable; que 870 millones padezcan de inseguridad alimentaria (hambre); que 8,200 millones sobrevivan en pobreza; que existan 150 millones de niños de la calle y 269 millones de infantes que sufren anemia severa.
Vivimos en un mundo donde la violación a los derechos humanos no constituye una excepción sino una regla casi universal, como demuestra la apocalipsis iraní y los brutales bombardeos rusos sobre complejos de viviendas, hospitales y colegios ucranianos. Un conflicto que ha ingresado a su cuarto año, con un saldo de 200 mil muertos, un millón de heridos y 10 millones de desplazados, mientras la destrucción de la infraestructura energética de Ucrania alcanza 524 mil millones de dólares, según reporte de la ONU.
Putin, sin duda, es un psicópata genocida, de la misma infame categoría que Hitler. El periodista británico, John Carlin, publicó un artículo titulado “El síndrome del perro rabioso”, afirmando que el autócrata ruso “es el peor cáncer que aflige al mundo”, agregando “que no hay una mínima excusa para las acciones de este criminal, comenzando por su invasión a Ucrania y la matanza en serie de niños”.
La ex secretaria de Estado del presidente Clinton, Madeleine Albright, en su libro "Fascismo", describía a Putin como “ bajo, cetrino y tan frío que casi parece un reptil" y en un artículo publicado poco antes de su fallecimiento en el diario estadounidense The New York Times manifestó que "en lugar de allanar el camino de Rusia hacia la grandeza, invadir Ucrania asegurará la ignominia de Putin al dejar a su país diplomáticamente aislado, económicamente limitado y estratégicamente vulnerable frente a una alianza occidental, más fuerte y unida".
Todos participamos, entre atónitos y resignados, en este mundo de barbarie, porque la revolución de las comunicaciones nos permite observar y compartir esos sucesos en tiempo real y también conocer el opaco o nulo rol que cumplen las Naciones Unidas, institución hoy convertida en un logo, en una etiqueta, en papel mojado en tinta, que cuesta mantener 4 mil millones de dólares anuales y que, a pesar de su robusto presupuesto, proyecta absoluta inutilidad para evitar que continúen las matanzas y para promover un acuerdo de paz.
La ONU ha fracasado en su tarea diplomática para contener la ofensiva de Moscú, que también sufre la pérdida de miles de soldados, que reemplaza fácilmente con nuevas levas, contratando mercenarios norcoreanos y sacando delincuentes de las prisiones para que cumplan sus condenas en los campos de batalla, donde morirán porque carecen de preparación militar.
La única esperanza de que el conflicto no siga escalando es que las fuerzas armadas europeas se desplacen a la zona de guerra, que la ONU haga lo mismo a través de los Cascos Azules y que Estados Unidos provea de armamento estratégico, además de apoyo económico y diplomático a Kiev porque, de hacerlo, protegerá no solo a una nación agredida sino los valores de occidente; es decir, la libertad, la democracia y los derechos humanos.
Concluimos reafirmando que la ONU está muy lejos de calificar como un organismo que asegure la paz y el bienestar colectivo. La gran pregunta por responder es ¿puede revertirse esta situación o la humanidad seguirá desprotegida, esperando que un conflicto nuclear ?
«Las opiniones aquí publicadas son responsabilidad absoluta de su autor».